La llamerada: Tributo a una simbiosis ancestral


Según la mitología andina, las llamas descienden de las estrellas que cayeron del cielo en los albores de la civilización. Hay un sin número de leyendas precolombinas donde la llama cobra especial protagonismo, por ejemplo la leyenda quechua que cuenta que en el tiempo del incanato se produjo una revuelta de los Chankas cuyo ejército tenía sitiado al Cusco. Cusi Yupanqui, el segundo hijo de Yahuar Huaca, quien después se autoproclamara Pachacútec, bajó de las montañas y derrotó a los invasores durante la batalla de Yahuarpampa. Incluso dicen que hasta las piedras (Pururaucas) se volvieron soldados y que los Allenqapacs cayeron sobre los Chankas con sus miles de llamas y los aplastaron.

Los Allenqapacs era un pueblo muy organizado y reconocido como criadores de llamas, por eso, los incas tomaron su modelo para administrar el imperio. Las pinturas rupestres de Macusani y Corani en la Provincia de Carabaya, Región de Puno, son las más contundentes, prueba de que el hombre andino inició la domesticación de la llama desde aproximadamente ocho mil años para proveerse de alimento, transporte y abrigo. Las figuras encontradas, en su mayoría son de auquénidos, algunos felinos y cérvidos. No todas representan a cazadores; hay personajes por ejemplo, que debido a sus movimientos y atuendos son agrupados en filas y que se asemejan más a un grupo de danzantes participando en un ritual. Esto nos hace pensar que la “Llamerada”, es una de las danzas más antiguas de esta parte de América. Parece estar inspirada en los postillones incaicos encargados de arrear a los auquénidos para transportar los productos de una región a otra.

Esta danza representa a los arrieros de llamas que recorrían los caminos del Tahuantinsuyo con destino al Cusco para asistir a la gran fiesta del Inti Raymi y además, fue llevada por los conquistadores incas hacia la región altiplánica donde los aymaras la llamaron Qarwani.
El atuendo es una mezcla de antiguos elementos precolombinos. El hombre y la mujer llevan en la mano derecha una honda, (Q´urawa) símbolo de pastores y arrieros. Hombres y mujeres cubren su cabeza con una montera cuadrada hecha de paño y con flecos. Ambos calzan sus pies con abarcas rústicas fabricadas de cuero. Por su parte, el hombre lleva camisa de lana o de bayeta, los pantalones poco más abajo de las rodillas, un awayo de colores amarrado sobre el pecho, un chumpi o faja multicolor que rodea la cintura, una soga que cruza el cuerpo en sentido contrario al awayo. Algunos también llevan una careta de yeso con los labios en actitud de silbar.

El desplazamiento de hombres y mujeres en filas es una bella expresión de elegancia, al igual que sus pasos armoniosos hacia el frente con uno o dos hacia atrás y siempre el movimiento de la honda, simulando el arreo o lanzamientos de piedras. La melodía imita el trote leve de las llamas, por ende, los danzantes parecieran ir tras hipotéticos rebaños. En sus orígenes, este baile se ejecutaba en las pampas y senderos de las alturas andinas del sur, dándoseles el nombre de Llameros a sus ejecutantes. Posteriormente, incursiona en los pueblos, en la celebración de las fiestas patronales, resaltando en coloridos y distintas coreográficas, llamándose desde entonces “Llamerada”.
Durante la festividad en honor a la Virgen de la Candelaria, que se realiza en Puno en febrero de cada año, se pueden apreciar en todo su esplendor, ésta y otras danzas como expresión de nuestra cultura viva.


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