Este año, el Bicentenario de América, concebido y orquestado por la figura emblemática en el panorama del arte naif, Jaime Vallardo Chávez, llega en su 10° edición del 4 al 31 de julio del 2025 en la Universidad de Piura, en Miraflores; y del 6 al 22 de agosto en la Embajada de Bolivia en Perú, celebrando los 200 años de Bolivia.
Y, en esta ocasión, se declarará artistas patrimonio de América, por Perú a Tilsa Tsuchiya, pintora y grabadora de ascendencia japonesa y china conocida por sus pinturas de mitos y leyendas peruanas; y por Bolivia a María Núñez de Prado, escultora influenciada por la cultura precolombina y en especial por la cultura aimara.
La instauración de este título se configura como una de las prácticas más radicales y filosóficamente densas del proyecto bicentenario. No se trata de celebrar glorias presentes, sino de resucitar la creatividad; Vallardo Chávez se convierte en el guardián de un patrimonio donde la muerte física no detiene el diálogo artístico, sino que lo transforma en eternidad simbólica.
De igual forma, como parte del evento se nombrará embajadores del arte de América a los artistas peruanos Arcadio Boyer, Manuel Zavala y Victor Salvo, por su enorme aporte.
El Bicentenario de América representa algo profundamente distinto a las muestras habituales: es un museo itinerante del alma latinoamericana, un contenedor en movimiento que reúne no solo obras de arte, sino también fragmentos de identidad, memoria colectiva y aspiraciones futuras.
Más de 600 artistas han respondido, a lo largo de las distintas ediciones, a esta llamada creativa, transformando este movimiento en un fenómeno de participación espontánea y auténtica. No se trata de una mera colección de obras, sino de un diálogo interamericano que atraviesa fronteras geográficas, lingüísticas y culturales.
La dimensión es aún más significativa gracias a la convocatoria abierta lanzada por Vallardo Chávez, que transforma el evento de exposición en un proceso participativo de cocreación artística. La invitación a artistas de todo el continente americano revela una concepción del arte como territorio compartido de memoria colectiva.
La modalidad operativa introduce un elemento de gran interés antropológico: el “boceto fusionado”, donde cada artista pinta en la mitad de una hoja, dejando la otra mitad para la intervención de Vallardo Chávez. Esta práctica convierte el acto creativo en un diálogo interartístico que refleja simbólicamente el sincretismo cultural latinoamericano.
El resultado, la llamada Obra Patrimonio de América, trasciende la autoría individual para convertirse en testimonio de una creatividad colectiva que rompe los límites personales. Este método participativo refleja una concepción profundamente democrática del arte, donde la creación es un acto de ciudadanía cultural.
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