La leyenda del señor de la Soledad, Patrón de la ciudad de Huaraz

La leyenda del señor de la Soledad, Patrón de la ciudad de Huaraz
Antes cuando la ciudad no pasaba de ser un pequeño villorio, el Barrio “la soledad”, no era sino un campo desolado, cubierto de pasto y malezas. El lugar era pantanoso y había una miserable choza, y en ella vivía una viejecita campesina. A diario, en las mañanas y tardes, salía a la campiña a recoger pasto fresco para alimentar a los numerosos cuyes y conejos que criaba para sustentarse. El pasto fresco y tierno abundaba en la orillas de la laguna.

Una tarde en el instante en que las campanas de la catedral sonaban dando el ángelus, la anciana salió en busca de forraje. Encontró, como nunca, las orillas mustias. Sin embargo percibió un penetrante y delicado perfume de azucenas. No reparo en el agradable olor, por que todo su pensamiento estaba en el pasto. Para hallar yerbas lozanas aparto unas matas y cuan inmenso no seria su asombro, cuando al separar las ramas encontró entre los tallos y florerillas silvestres a cristo crucificado de cuyo cuerpo emergía el exquisito perfume. La sorprendida anciana cayó de rodillas. Después de rezar, corrió al pueblo a comunicar la bella novedad. Entonces los habitantes acudieron al lugar y hallaron al oloroso Crucifico. Con alegría sin límites, lo condujeron en procesión a la vieja iglesia, donde fue colocado en una urna especial.

Pero sucedió que al día siguiente desapareció. Las gentes corrieron a la “Soledad”, y allí lo encontraron. Y así, todos los días el santo cristo era llevado a la catedral, y todas las noches él retornaba a las orillas de la laguna.

Una mañana la anciana al hallar al Cristo Crucificado entre las verdes plantas, le dijo por qué no quería estar en la iglesia del pueblo. Y él respondió que estaba muy cansado de caminar todas las noches hasta las riberas por que allí le agradaba estar, y que por eso quería que en ese sitio le construyeran un templo. La viejita transmitió el encargo del Señor. Entonces, primero levantaron una ermita donde fue colocada la imagen. Y como el lugar era solitario y triste, el Señor fue llamado: “El Señor de la Soledad”.

Con el discurrir del tiempo, fue construida una iglesia en cuyos aledaños los pobladores levantaron sus casas. La laguna se seco, y en el centro de su lecho fue erigido el Altar Mayor en cuya urna fue depositada la imagen. El Señor, tiene así bajo su custodia a las aguas que son las de un volcán.

Durante la invasión chilena, un orgulloso capitán que comandaba las fuerzas de ocupación, se había burlado del “Señor de la Soledad”. Para demostrar su valentía, ebrio se había acercado al Altar Mayor. Con la espada desnuda descorrió la cortina que cubría la imagen. La hoja afilada rasguño el hombro del crucifico. Ante el asombro del osado militar y de sus compañeros, de la herida empezó a brotar sangre viva. Y en el instante el atrevido capitán se desplomó sin vida sobre las frías lozas del templo.

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